Lugar equivocado, momento equivocado by Gillian Mcallister

Lugar equivocado, momento equivocado by Gillian Mcallister

autor:Gillian Mcallister
La lengua: spa
Format: epub
editor: HarperCollins Ibérica S.A.
publicado: 2023-06-22T10:40:41+00:00


Mientras espera a que su mentiroso marido doble la esquina cargado con la cena, Jen intenta serenarse. Necesita pensar. Quiere estar segura de recopilar el máximo de información posible antes de enfrentarse a él.

Los pasos de Kelly se ralentizan cuando la ve.

—¡Hola!

Su sonrisa es fácil pero cautelosa. No es tonto. Se imagina que Jen sabe algo.

—¿Qué está pasando?

Kelly capta al instante a qué se refiere Jen y sabe que esa pregunta enciende una alarma.

—¿La llamada? ¿Nic? No… —dice, una conjetura—. No pienses que…

—Enséñame qué llevas en los bolsillos.

Kelly mira hacia la calle, mira luego en dirección al restaurante indio. Luego baja la vista. Se muerde el labio, deja las bolsas de la comida en el suelo y hace lo que se le pide. Jen se acerca a él.

Dos teléfonos y el paquetito marrón que contiene la llave caen en manos de Jen.

Jen no dice nada y se queda a la espera de una explicación.

—Es… Es el teléfono de mi clienta, Nicola. Y esto es de su coche.

—¡Deja de mentir! —vocifera Jen. Sus palabras retumban en la calle, el eco las distorsiona. La sorpresa es tan grande que las facciones de Kelly se distienden—. Me estás mintiendo —dice, con un sollozo que no puede contener.

Pese a todas sus buenas intenciones, ha acabado cayendo en la escena doméstica que pretendía a toda costa evitar. Con él es imposible no emocionarse.

Kelly se pasa la mano por el pelo y da media vuelta. Está enfadado.

—Teléfonos con tarjeta prepago y transacciones ilegales, Kelly.

No dice nada, se limita a morderse el labio y a mirarla.

—De acuerdo…, sí. El paquete no es del coche de una clienta.

—¿De quién es entonces?

Vuelve a quedarse en silencio. A Kelly le gusta que las pausas se prolonguen y prefiere no decir nada en situaciones en las que otros hablarían. Ya tomará la palabra antes el otro. Pero esta vez, Jen también espera y se limita a seguir mirándolo, a aguardar en el silencio y la oscuridad de la calle.

Kelly estudia su expresión. Está intentando calibrar cuánto sabe. Está intentando averiguar cómo jugar su carta.

—El coche es robado, pero no es…, no es lo que piensas —dice finalmente.

—Entonces, ¿qué es?

—No puedo decírtelo.

—¿Por qué?

Vuelve a quedarse en silencio, baja de nuevo la vista. Está pensando, evidentemente.

—¿Qué? Dímelo o tendremos un problema, Kelly. —Levanta una mano—. Y no bromeo.

—Sé perfectamente bien que no bromeas —replica él con tensión—. Y yo tampoco.

—Dime qué cojones está pasando o voy a…

—Es que… —Camina con nerviosismo, un círculo inútil sobre sí mismo que solo sirve para descargar energía—. Jen, yo…

Se ha puesto colorado. Está llegando al límite, Jen lo sabe. Su marido es una persona tranquila, pero incluso él tiene un límite. Le basta con recordar lo que hizo en comisaría la noche en que empezó todo.

—Solo dime para quién es esta llave. Solo dime quién es el tipo con el que acabas de verte.

—Te… Te lo diría si pudiese.

—No quieres decirme en qué andas metido. Tan simple como eso, ¿no? Estás respondiéndome como en una de esas



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